New York Time/Jim Huylebroek
New York Time/Jim Huylebroek

RESCATANDO A "MIKEY". Un intérprete varado y los soldados que no lo dejaron atrás. Muchos Afganos que ayudaron a las fuerzas estadounidenses en Afganistán ahora están en peligro. Uno de ellos relató sus vicisitudes para salir del país, mientras se escondía en Kabul. Los estadounidenses le decían “Mikey” y, como intérprete de las Fuerzas Especiales, no solo sorteó las brechas lingüísticas. Hizo de todo, desde facilitar las negociaciones con los líderes afganos locales que eran leales a los talibanes hasta advertir a un convoy sobre una emboscada.

“Mikey no solo era un intérprete”, recuerda el sargento de primera clase Joseph Torres, un texano que sirvió en las Fuerzas Especiales. “Él era nuestro salvavidas. Iba a todos los lugares a los que fuimos en las misiones más remotas y peligrosas. Gracias a su trabajo regresamos vivos a casa después de los despliegues”.

Pero al día siguiente de la toma de Kabul por los talibanes, el afgano de 34 años se quedó solo.

Decidido a salir de Afganistán corrió de manera desesperada, con su esposa y sus dos hijos pequeños, hasta el aeropuerto pero quedaron atrapados por los disparos en medio de la multitud que se había reunido para escapar. Su esposa y su hijo de 6 años recibieron disparos en los pies.

Mikey cuenta que mientras cargaba al niño ensangrentado y gritaba buscando un hospital recordó su tiempo en el campo de batalla con las fuerzas estadounidenses.

“Después de todo lo que hice por los estadounidenses”, dijo. “Después de todo mi arduo trabajo y arriesgar mi vida, pensaba, ¿esto es lo que le toca a mi familia? Nos están dejando morir”.

Mikey, a quien identificamos con su apodo estadounidense por razones de seguridad, es uno de los miles de afganos que trabajaron para Estados Unidos y tienen solicitudes pendientes para conseguir visas que les permitan reasentarse en Estados Unidos. El presidente Joe Biden ha prometido que los aliados afganos serán bienvenidos en “sus nuevos hogares” y calificó su situación como “desgarradora”.

Pero la evacuación de los ciudadanos estadounidenses y de las personas que tienen permiso de residencia sigue siendo la prioridad inmediata de la operación militar que se desarrolla en el aeropuerto de Kabul. Eso significa que a muchos afganos que trabajaron con Estados Unidos no les queda otra opción que esperar y tratar de mantenerse a salvo de los talibanes.

De 2009 a 2012, Mikey trabajó como intérprete para las Fuerzas Especiales en Kandahar, y de 2015 a 2017 estuvo laborando en Kabul. Una vez recibió heridas muy graves debido a una explosión, por lo que tuvo que ser trasladado en avión a un hospital de campaña.

La noche en que su esposa e hijo resultaron heridos por los tiroteos, Mikey los llevó hasta un hospital y luego se escondió. Como buscaba alojarse en habitaciones sin ventanas, cambió de ubicación cuatro veces durante una semana.

Estaba esperando que el gobierno de Estados Unidos le diera un plan de evacuación y la aprobación de su solicitud de visa.

Y temía que los talibanes lo encontraran.

En diversas entrevistas desde los búnkeres donde se refugió en Kabul, mientras se desarrollaban los eventos de la semana pasada, Mikey habló sobre la terrible experiencia de tratar de mantenerse con vida y proteger a su familia en medio del caos generado por la salida de Estados Unidos de Afganistán. Como no tenía noticias del gobierno estadounidense sobre cuándo o cómo podría salir, se dio cuenta de que los lazos que había forjado con los soldados eran su única esperanza.

Ahí es donde entra en acción el sargento Torres, que ahora vive en Pecos, Texas.

El sargento trabajó con Mikey en múltiples operaciones y ahora tenía una nueva batalla: liderar una operación global para sacarlo de allá.

Para coordinar esos esfuerzos, Torres y un grupo de unos 20 miembros del ejército, retirados y en activo, formaron un grupo de chat de WhatsApp y un hilo de correos electrónicos. Se comunicaron con contactos militares, funcionarios del Departamento de Estado y miembros del Congreso para tratar de que Mikey y su familia pudieran abordar un avión militar.

Ellos dicen que entienden que los ciudadanos estadounidenses tienen prioridad cuando se trata de las evacuaciones. Pero les indigna la falta de un plan claro para todos los afganos que trabajaron con los estadounidenses y que ahora pueden sufrir represalias porque los talibanes tienen el control del país.

“Es exasperante”, dijo el sargento Torres. “Se me rompe el corazón cuando pienso en todas las personas que no tienen el apoyo que le dimos a Mikey”.

Sin embargo, Mikey no empezó su trámite para salir de Afganistán cuando el peligro se hizo evidente.

Comenzó su solicitud de visa especial en 2012, cuando estaba en Kandahar con el ejército. Tuvo su entrevista, uno de los pasos finales del trámite, en noviembre de 2018, cuando trabajaba en Camp Duskin en Kabul. Todavía está esperando la orden para que le hagan las pruebas médicas y su proceso sea aprobado. Los correos electrónicos que envió para darle seguimiento a su solicitud no han recibido respuesta.

En todo Estados Unidos, miembros de las fuerzas armadas están liderando sus propias campañas para presionar al gobierno de Biden con el fin de que aumente la evacuación de afganos que trabajaron como sus intérpretes. Han utilizado las redes sociales y crearon campañas de recaudación de fondos como “Help Our Interpreters” (“Ayuda a nuestros intérpretes”).

Los intérpretes militares se encuentran entre los aliados afganos más vulnerables. La naturaleza de su trabajo requería que acompañaran al personal militar en el campo de batalla y estuvieran presentes durante las interacciones con los lugareños. Si los residentes de las áreas donde trabajaban eran hostiles con los estadounidenses, los intérpretes podrían ser fácilmente identificados por los talibanes.

Mikey era un adolescente en Kabul cuando Estados Unidos invadió Afganistán en 2001. En la escuela secundaria, trabajó duro para aprender inglés y su profesor de idiomas le sugirió que trabajara como intérprete para los estadounidenses después de graduarse.

Fue enviado al aeródromo de Kandahar, una de las bases militares estadounidenses más grandes en Afganistán, y desde allí a varios puestos de avanzada lejanos. Rápidamente ascendió hasta convertirse en intérprete principal.

“Siempre era divertido estar con Mikey, es muy comprensivo y tiene un gran corazón”, dijo el sargento de primera clase Raymond Steele, militar activo de las Fuerzas Especiales que a lo largo de los años se ha mantenido en contacto regular con él.

Mikey escuchaba las comunicaciones para interceptar amenazas y hablaba con los líderes tribales en persona y por teléfono. Durante un patrullaje, se enteró de una emboscada y de que los insurgentes estaban enterrando artefactos explosivos en el camino que debían transitar.

“Estaba orgulloso de mi trabajo porque sentía que estaba ayudando a mi país”, dijo Mikey.

Entre las temporadas que pasó en Kandahar y Kabul, Mikey se casó. Compró un automóvil y trabajó como taxista en la capital. Nacieron sus hijos.

Pero la era estadounidense en Afganistán se estaba terminando, y los talibanes estaban retomando el control. Eso hizo que innumerables afganos se sintieran indefensos y a la deriva, explicó Mikey cuando hablamos por teléfono el pasado sábado por la noche.

“Estamos en la oscuridad”, me dijo. “Mis amigos estadounidenses dicen que espere, espere a ver qué pasa. Debemos estar preparados para irnos cuando nos avisen”.

El lunes, a eso de las 4:00 de la tarde, Mikey recibió un sorpresivo mensaje de texto del sargento Torres. Te vamos a sacar, decía. Prepárate. Espera instrucciones.

La misión para rescatar a Mikey con la ayuda de contactos militares activos, y retirados, estaba en marcha, y las cosas avanzaban rápidamente. En dos horas, Mikey y su familia estaban escondidos en un automóvil, con sus documentos, y los trasladaron hasta una puerta del aeropuerto de Kabul donde los esperaban algunos miembros del ejército.

Los militares los recibieron y llevaron a su familia hasta una clínica para que pudieran curarles las heridas de bala. A los niños les dieron dulces.

Cuando el sargento Torres recibió la llamada de que Mikey finalmente estaba a salvo, rompió a sollozar. Dice que nunca llora. El sargento Steele llamó a Mikey y le gritó: “Te amo, hermano”.

El martes, Mikey y su familia volaron fuera de Afganistán a bordo de un avión militar estadounidense, su primer destino es confidencial por razones de seguridad.

Era el sexto cumpleaños de su hijo.

“Estoy muy aliviado y feliz”, dijo Mikey durante una llamada desde la pista de Kabul mientras esperaba para abordar el avión. “Siento una infinita gratitud por toda la ayuda y la amabilidad de mis hermanos estadounidenses. Nos dieron una segunda oportunidad en la vida”.


AUTORA: Farnaz Fassihi es reportera de The New York Times y está radicada en Nueva York. Anteriormente fue escritora sénior y corresponsal de guerra de The Wall Street Journal durante 17 años en el Medio Oriente. @farnazfassihi

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