Al rescate: el oficio de ser héroe en dos casos locales para el recuerdo
Interés General 10:00

Al rescate: el oficio de ser héroe en dos casos locales para el recuerdo

Hay tareas que significan la mayor diferencia de todas: vivir o morir. Una lluvia que en pocos segundos transforma arroyos en verdaderas trampas. Decisiones vitales a tomar en medio de la situación que determinen la suerte para las víctimas y quienes acuden al rescate. O una simple caminata en la playa que alcance el límite con la tragedia. En esta nota de El País de este domingo se recuerdan dos casos locales que aún están presentes en el recuerdo no solo de sus protagonistas sino de todos los que permanecieron en vilo en esas oportunidades.

Rodrigo González (26), bombero de San Carlos, no soñó con ser lo que es de niño. Pero tiene claro qué él puede significar la diferencia.

El 15 de abril de este año, mientras Dolores era arrasada por un tornado, el destacamento carolino apenas daba abasto a los llamados. A las 19.50 avisan de un conductor atrapado por una crecida en el kilómetro 173,400 de la ruta 9, a la altura de la cañada De La Cruz, a 35 kilómetros. Allí fueron los rescatistas.

En el lugar había una fila de dos kilómetros de autos. No era lo peor: la camioneta estaba atravesada, la persona adentro, el agua subiendo y la noche cayendo.

"Nos equipamos con chaleco salvavidas, cuerda, pusimos una línea de vida (anclaje) e ingresamos al agua". La brava correntada hizo imposible sortear los 50 metros con el agua a nivel de la cintura. Avanzar contra ella era una muerte segura.

Pidieron un helicóptero y la respuesta fue negativa. Solicitaron un gomón a Prefectura; afirmativo, pero en 90 minutos. Inviable: el agua seguía subiendo y el chofer, Eduardo Uturburu, ya había tenido que subir al techo de la camioneta. Sus familiares se habían acercado.

"Eso por lo general no ayuda al trabajo de bomberos. El nerviosismo le gana a la gente, nos insultan. ¿Por qué no se meten?, ¿por qué no piden un bote? El hijo se quería tirar al agua, tuvimos que pedir ayuda a la Policía para detenerlo. Y nosotros analizamos la situación, no podemos demostrar nervios. Si eso pasa, se pudre todo".

El miedo siempre está, dice: no tener en cuenta la propia seguridad solo aumentaría el número de víctimas.

Avanzando contra los guardarrail, por el otro carril de la ruta, intentaron otro rescate con el agua al pecho.

Rodrigo cruzó la carretera contra la corriente, con otro arnés para Uturburu. Federico Gularte, el otro rescatista, los atrajo desde el otro lado de la 9; sus otros compañeros, desde la línea de vida, que realmente le hacía honor al nombre.

"Contarlo es fácil, pero llevó más de dos horas", resume. Y dos horas sin que la tormenta aflojara.

"Vos tomás conciencia de lo que hiciste dos minutos después", afirma. En ese momento, todas son felicitaciones. Luego llegará la planificación.

Rodrigo pensó en su hija por venir, que llegó al mundo el 1° de agosto. Eso, admite, le hizo cambiar la perspectiva.

El después no siempre es grato: él estará entrenado en rescates en altura, estructuras colapsadas y vehículos, pero nada prepara para la extracción de cadáveres de ahogados, incluso de niños.

"Algo habrá... no sé si es la preocupación por el otro. No te puedo decir que lo haya tenido de niño, pero... lo satisfactorio es verle la cara a la persona que salvás, saber que si está viva es por tu tarea".

LES FALTÓ EN MEDIOS LO QUE LES SOBRÓ EN VOLUNTAD
El rescatado Eduardo Uturburu (48), quien trabaja en vialidad rural, viajaba de San Carlos a Garzón por la ruta 9 ese muy lluvioso 15 de abril. Antes de llegar a destino vio como la cañada De La Cruz, que nunca había llegado a la ruta, inundaba el pavimento. Habría diez centímetros de agua, lo suficiente para no ver el tronco que trancó a su camioneta.

"En diez segundos el agua creció una enormidad y me daba al lado de la puerta. Había un oleaje impresionante. En un momento bajé los vidrios, entró agua y tuve que subir al techo. Y el agua llegó hasta arriba. Apoyé los pies en el parabrisas y me agarré de la puerta para que no me llevara la correntada". No quiso pensar en su familia; si lo hacía, asegura, aflojaba "y la quedaba".

Uturburu está muy agradecido a los bomberos a quienes, subraya, les faltó en medios lo que les sobró en voluntad. "Se pidió un helicóptero y no vino, un gomón y no se podía. ¡Hicieron lo que pudieron! ¡Si al principio ni se pudieron acercar! Me salvé por ellos y porque no me quise entregar".

Más allá del agradecimiento infinito, el vínculo entre rescatista y rescatado no suele trascender el momento en que la (mala) fortuna cruza sus vidas.

El bombero Rodrigo González aún conserva el teléfono de Eduardo Uturburu. "Por un tiempo, nos contactamos con las personas que rescatamos. Es nuestro modo de trabajar, por un tema humano", cuenta el uniformado.

LA PLAYA
La playa es un lugar de disfrute que en segundos puede volverse el escenario de una pesadilla. Bien lo sabe el guardavidas fernandino José Luis Salazar (49).

El mar estaba tremendo esa tarde del verano de 1996, en Bahía de Manantiales, bandera roja incluida. Un argentino caminaba cerca de la orilla con sus dos hijas chicas.

Salazar le iba a gritar que se alejara cuando una ola de retorno causó una avalancha de agua que se llevó a una de las niñas.

El guardavidas corrió con un compañero hacia el lugar. La niña no emergía. Se enfrentaba a la tarea más complicada de todas: encontrar un cuerpito bajo el agua, en una zona de pozo orillero muy pronunciado, con olas que no daban tregua, y de inmediato.

Tras tantear a ciegas en el lugar donde suponía debía hallarla, la agarró y la sacó a la superficie. Recuerda su pelo castaño, que estaba en un llanto solo, que la sacó a la orilla sin volver a tocar el agua, que el padre quedó absolutamente paralizado en la arena, que todo no debe haber durado más de dos minutos. Pareció una eternidad.

Hoy esa niña ya es madre y lleva a sus hijos a esa misma playa. Y si lo puede hacer es gracias a la rápida acción de Salazar.

Él cree que en lo suyo hay algo de altruismo. También de solidaridad. Mucho de amor por el mar. Es un trabajo, obvio, ya sea en la playa como en la piscina del Campus de Maldonado en el invierno.

"Pero poner en riesgo tu vida para salvar a otro, por más que te pagan y esté preparado, por la plata, no la veo...".




Foto portada: defensa.com
Foto galería: Ricardo Figueredo para El País
Copyright: El País (Leonel García)

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