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BIDEN: CÚMULO DE ERRORES. Lo hizo en las primarias demócratas, en la campaña contra Donald Trump y al llegar a la Casa Blanca: Joe Biden lleva mucho tiempo tratando de dejar a un lado la política internacional, porque es espinosa y suele dar problemas —lo sabe muy bien, lleva lidiando con ella desde que se hizo senador con 29 años—, y porque tiene mucho que arreglar en casa y es ahí donde se juega el prestigio y los votos. Pero no puede escapar a ella, como ninguno de sus predecesores. Y así, en pleno agosto, le ha estallado Afganistán en las manos.

El presidente de EEUU ha tenido que interrumpir sus vacaciones y abordar la mayor crisis de su gabinete desde que tomó posesión del cargo, el pasado enero. Inesperada no era, a juzgar por los informes militares y de inteligencia que está publicando la prensa de su país, pero Washington ha pecado subestimando al enemigo, los talibanes, y calculando terriblemente mal los tiempos de su ascenso.

La caída de Kabul se compara con la de Saigón (Vietnam, 1975), guardada en el imaginario nacional como sinónimo de despropósito y vergüenza. Al propio Biden se le equipara a Jimmy Carter, el presidente demócrata de único mandato, hundido por la toma de rehenes del personal de la Embajada norteamericana en Teherán (1979-1980), que duró 444 agónicos días. Son estampas viejas que hacen daño, pero no más que el verdadero mazazo para el presidente estadounidense: el recibimiento de 13 cuerpos de marinesasesinados en el aeropuerto de Kabul en el doble atentado de la semana pasada, cuando ya pensaba que cerraría el capítulo afgano sin más sangre.

Una suma de fantasmas que ha hecho bajar su popularidad diez puntos. Si desde su llegada al Despacho Oval siempre ha estado por encima del 50% de aceptación popular (con picos del 56%), ahora no pasa del 41%, según un sondeo de la Universidad de Suffolf para USA Today. Biden sí está respaldado en cuanto a la salida de Afganistán, planteada ya en 2014 por su exjefe, el presidente Barack Obama, y luego concretada la pasada legislatura por Trump, de quien tomó el relevo, al rojo vivo.

Había que salir, dice la calle, pero no así: el 62% de los norteamericanos afirma que le parece mal la forma en que ha acometido la misión este Gobierno. Una semana antes de que llegase este 31 de agosto, la fecha tope de salida, había un 42% de ciudadanos que desconfiaba de que Biden tuviera capacidad de sacar a su gente de allá, añade otra encuesta de Harris para The Hill. También avisan los sondeos, como el de Hart para la NBC, que hay preocupación de que la retirada aumente la amenaza del terrorismo y disminuya la seguridad nacional.

Sin embargo, Biden saca pecho de la retirada por las más de 120.000 personas evacuadas por EEUU. Un ”éxito increíble”, como lo ha definido en un discurso a la nación desde la Casa Blanca. En su intervención, el líder demócrata ha remarcado que “ese número es más del doble de lo que la mayoría de los expertos decían que es posible. Ninguna nación ha hecho algo así en toda la historia”.

El error fundamental
“El error fundamental que han cometido Biden y su Administración ha sido el de pensar que los talibanes tenían menos capacidades de las que tenían en realidad y que no podrían conquistar Afganistán con rapidez”, explica el americanista Sebastián Moreno. “Los islamistas han avanzado como el rayo, conquistando capitales de provincia con menos resistencia de la transmitida, al menos en público, por EEUU”, expone.

Biden, en su discurso, sí ha reconocido otro error de cálculo surgido desde que se orquestó la operación de retirada militar: contar con el desaparecido ejército afgano. “Partimos de la base de que sería un fuerte adversario frente a los talibanes. Esa base, que el Gobierno afgano se mantendría, no se cumplió”, ha asumido.

Washington dijo inicialmente que se iba en marzo de este año, recuerda, y luego alargó el trámite hasta agosto “por el relevo en la Casa Blanca y la necesidad de analizar la situación con nuevos asesores”. “Su plan era que hubiera estabilidad en el país al menos durante un año y medio más. Los escenarios más pesimistas decían que en otoño podría haber un avance talibán, pero todo se ha dado mucho antes, sin darles lugar a irse y a evitarse las imágenes de estos días”, añade.

EEUU planeó ese tiempo de desconexión para irse llevando a su gente (se ha logrado sacar a 120.000 personas, entre internacionales y locales), teniendo en cuenta la complejidad de tramitar visados que necesitan de 14 pasos y la participación de seis agencias distintas. “El tiempo ha resultado ser un lujo. No han podido siquiera sacar las tropas destinadas allí sin ayuda, ha habido que mandar refuerzos, con el riesgo que eso conlleva, para blindar el dispositivo. Los hechos se han desencadenado muy rápido, pero Biden tendrá que explicar por qué ha sido así y por qué no lo vieron venir o no dieron importancia a los informes que lo avisaban”, remarca.

Cuando a mediados de agosto los talibanes tomaron Kabul y su victoria fue evidente, Biden acabó asumiendo en público que habían ido “más rápido de lo que anticipamos”. Sorpresa, mutismo, ruedas de prensa anuladas... Fueron días de encajar el golpe. No obstante, ante la oleada de críticas, Biden salió a defenderse y dijo que ha actuado siempre bajo el consejo de sus militares y su inteligencia. Militares e inteligencia contra los que su antecesor, Trump, cargó duramente y cuya imagen ya estaba también gastada. Ahora, más.

Mandó, en un intento final, al director de la CIA, Bill Burns, a hablar con los talibanes, pero ni ganó en orden la retirada, ni se logró más tiempo ni se impidieron los atentados terroristas avisados desde hacía días. Ahora están sus militares atacando de forma “quirúrgica” puntos del Estado Islámico en el país pero, como en el pasado, contabilizando “daños colaterales” civiles. Tanto por la salida en sí como por las evacuaciones, los contactos con los talibanes y los ataques a objetivos yihadistas, los republicanos ya se están moviendo para que Biden dé cuentas en el Congreso en septiembre. Cuando pasen los días de duelo.

Más allá de sus fronteras
Más allá de Biden, esta crisis puede acabar afectando a la imagen de EEUU en el mundo, porque no ha habido muchas consultas a los aliados (como Reino Unido, Francia o España, presentes en las misiones de la zona) sobre cómo se iba a llevar a cabo la evacuación. En el G-7 se le pidió que ampliase los plazos pactados con los talibanes para poder salvar a más personas, pero Biden se negó. De nuevo el miedo a extender el proceso y llegasen más féretros. Tampoco está pactando con los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU -China y Rusia aparte- una postura común.

“Biden ha lanzado signos claros de que quiere volver al multilateralismo que Trump pisoteó. Se ha visto en la cumbre de la OTAN, por ejemplo, o volviendo a las agencias de la ONU que habían sido abandonadas, pero en esta ocasión lo que trasciende es que ha habido política de hechos consumados, conexión con los aliados, por ejemplo, para usar las bases de Rota y Morón, pero no para estrategia o calendarios”, indica Moreno.

También queda afectada la imagen de Biden de defensor de los derechos humanos en el plano internacional, que debía ser uno de sus ejes de actuación. La situación de los afganos, ahora, abocados a vivir de nuevo bajo el yugo talibán, sin el Gobierno frágil y corrupto pero no asesino que tenían hasta ahora, genera inquietud y amenaza con una llegada mayor de refugiados a Occidente.

Eso causa escozor, sobre todo, en las instituciones internacionales, de puertas para afuera. En el plano doméstico, indican los analistas norteamericanos en las tertulias de estos días, eso pesa poco. Lo que pase en Asia Central queda muy lejos. Derrapes fuera de casa han tenido todos los presidentes, en Irak, en Siria... Esta es una herencia -por eso los republicanos tratan de hacer sangre con las formas, pero también se tapan, porque eran los primeros que querían salir de allí- y la tormenta acabará pasando.

El analista William A. Galston escribe que la buena estampa de Biden ya se estaba resintiendo desde primavera, por problemas que sí lideraban la lista de prioridades del presidente el día que puso la mano sobre la biblia y juró su cargo: “ha habido un resurgimiento de la pandemia de coronavirus, después de unas semanas de euforia de que lo estábamos dejando atrás”. Se calcula que la variante delta y el frenazo a la vacunación lleve a sumar 100.000 muertes más antes del 1 de diciembre. Y la economía, añade, sufre un “riesgo de inflación” que enciende las primeras alarmas.

A ello se suma el otoño caliente que puede tener en lo social, con un septiembre en el que caducan las ayudas al desempleo y se cancela la moratoria de los desahucios, en el que debe impulsar también su plan estrella de infraestructuras. Cosas del día a día que mueven más votos que una madre que lo maldice por la muerte de su hijo, soldado, en Kabul.

“El aire está viciado, pero se despejará. La imagen de Biden ya no será la misma, pero el día a día doméstico arrollará lo pasado ahora, que vinculará a los últimos 20 años y no sólo a su mandato. Puede que Afganistán vuelva a golpear si se encadenan los atentados o llegan las lamentablemente previsibles imágenes de mujeres dilapidadas o de hombres ejecutados por los talibanes, pero en principio no parece que vaya a haber consecuencias enormes ni que esta crisis acabe en impeachment, como han propuesto algunos republicanos”, añade Moreno.

El presidente del líder indiscutido del mundo libre no tiene por qué salir tan mal parado de este abandono, pues. Si puede transmitir un sentido de mando durante las próximas semanas y completar con éxito la evacuación de los ciudadanos estadounidenses y los ayudantes afganos, mitigará las críticas y comenzará a restaurar su posición. No será una crisis fatal.



Hace nada, el 8 de julio pasado, el presidente demócrata comparecía ufano para explicar que la salida de Afganistán se estaba haciendo de forma “segura y ordenada” y, afortunadamente, sin bajas. Fue entonces cuando se mostró confiado en que la fuerza del Gobierno afgano (hoy en el exilio) y su ejército (completamente destrozado) podría con los talibán. Decía que estaban “mejor entrenados, mejor equipados” y eran “más competentes”. Por eso era “muy poco probable” que los islamistas terminaran invadiendo el país y siendo los “dueños” de “todo”. Hoy dominan 33 de las 34 provincias afganas.

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