Captura de imagen/El País de Madrid
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A TODO RITMO. Joe Biden ha impreso a su recién iniciado mandato una sensación de urgencia. Sin perder un minuto, cinco horas después de jurar como 46º presidente de EE UU, el mandatario ha firmado una quincena de órdenes ejecutivas que revierten, la mayoría de ellas, medidas de la Administración de Donald Trump. El resto suponen un golpe de timón en la gestión de la crisis del coronavirus, cuando el país supera ya los 400.000 muertos, y pretenden proporcionar alivio a sus víctimas. En el paquete de decretos no faltan compromisos para luchar contra el cambio climático, corregir la política migratoria de la anterior Administración, con un ambicioso plan que en última instancia prevé conceder la ciudadanía a 11 millones de irregulares, y garantizar la justicia racial y el respeto a las minorías.

Regresar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), en medio de una pandemia que ha puesto de rodillas al mundo, y al Acuerdo del Clima de París son las dos primeras promesas electorales satisfechas, y corrigen de manera decidida el aislacionismo de su predecesor en el cargo. La nueva Administración demócrata suspende también el veto de entrada a EE UU a nacionales de once países musulmanes, revirtiendo una de las primeras decisiones de Trump al llegar a la Casa Blanca, en enero de 2017, y retoma la protección de los dreamers acogidos al programa DACA en el marco de un ambicioso proyecto de ley, enviado este mismo miércoles al Congreso, que, de aprobarse, supondrá la mayor reforma migratoria desde la presidencia del republicano Ronald Reagan (1981-1989), que legalizó a tres millones de indocumentados.

El plan, denominado Ley de Ciudadanía de los EEUU de 2021, aspira a gestionar “de manera responsable” la frontera, proteger a familias y comunidades y “administrar mejor la migración en el hemisferio norte”; el objetivo último es la regularización de los 11 millones de irregulares que hay en el país. Las provisiones también incluyen frenar de manera inmediata la construcción del muro con México, en torno al cual Trump articuló su severa política migratoria. Biden ha puesto fin hoy a la declaración de emergencia nacional que en su día sirvió de base al republicano para desviar fondos federales a la construcción del muro.

La intención que subyace a los edictos del nuevo presidente es, según el comunicado de su equipo de transición, “no solo revertir los graves daños de la Administración de Trump, sino también hacer que el país avance”, tanto en el interior como en el exterior, una dimensión global oscurecida por Trump que Biden quiere reimpulsar. De ahí que la decisión de recuperar la membresía de la OMS se deba a su papel “fundamental” en la coordinación de la respuesta internacional a la covid-19, y por extensión, a “propiciar que los estadounidenses y el mundo estén más seguros”.

En casa, Biden reestructurará el Gobierno para coordinar una respuesta nacional unificada a la pandemia, con la creación, vía orden ejecutiva, del puesto de coordinador de respuesta a la covid-19 -otra de sus promesas electorales-, que despachará directamente con el mandatario. También decretará la obligatoriedad del uso de la mascarilla en todos los edificios de la Administración federal. Resetear la respuesta a una crisis de tal magnitud -con una media de 200.000 nuevos casos y 3.000 muertos al día en los últimos siete días- será la prioridad de su presidencia. Además, se dispone la ayuda económica a las familias más afectadas por la crisis derivada de la pandemia, incluida una prórroga de la moratoria de desahucios hasta septiembre, así como al refuerzo del combate contra el virus.

La reincorporación de EE UU al Acuerdo de París contra el cambio climático es otra promesa electoral, que renovó el pasado 31 de octubre, en vísperas de las elecciones, el día que se producía el desenganche oficial del país del pacto global. Otro decreto presidencial abundará en el abordaje del cambio climático desde la perspectiva de la justicia climática. Entre los decretos de Biden figura también revocar el permiso del oleoducto Keystone XL, un ambicioso proyecto energético que enlazaría el Estado de Nebraska y Canadá y que fue aprobado por Trump pese a una firme oposición política y medioambiental. Como si fuera una muestra de justicia poética, Biden cierra ahora un círculo, pues el importante proyecto energético, valorado en 9.000 millones de dólares, había sido previamente rechazado por el presidente Barack Obama.

Impulsar la igualdad, la justicia racial y la defensa de las minorías son los objetivos de otras medidas que, en forma de órdenes ejecutivas, directrices, memorandos o cartas, ha adoptado Biden en el primer día de su presidencia. Casi todas ellas hallaron eco durante la campaña electoral, por lo que Biden comienza con el pie derecho: cumpliendo, al menos, parte de lo prometido.

LA CEREMONIA

Luego de cuatro años de alto voltaje, Estados Unidos ingresó en una nueva etapa. Con un discurso de unidad nacional, reconciliación y esperanza, Joe Biden tomó posesión del mando y se transformó en el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

También lo hizo su vicepresidenta, Kamala Harris se convirtió en la primera mujer negra y de ascendencia asiática en ocupar ese cargo.

En un frío mediodía en Washington, la ceremonia de investidura estuvo marcada por el recuerdo aún vivo del ataque al Capitolio y la ausencia del exmandatario Donald Trump.

No hubo festejos masivos en las calles y ni las tradicionales ceremonias que suelen rodear un recambio presidencial. Sí, una instalación artística de miles de banderas y un desfile virtual que reemplazó la procesión desde el Capitolio a la Casa Blanca.

Además de la pandemia, hubo otro elemento inédito para la organización del acto:_las amenazas de grupos de ultraderecha que amagaban con manifestarse y generar violencia y caos.

Unos 25.000 miembros de la Guardia Nacional garantizaron la seguridad de la jornada.

La gran explanada del National Mal, que une al monumento a Abraham Lincoln con el Capitolio, fue históricamente el punto de reunión de los ciudadanos para ver en directo la jura de sus presidentes, pero ayer sus accesos fueron cerrados al público.

La marea humana fue reemplazada por una enorme instalación artística, denominada Campo de Banderas, con unos 191.500 pabellones estadounidenses iluminados por 56 focos en representación de todos los estados y territorios del país.

Por ese efecto lumínico el National Mal parecía repleto, aunque en realidad fueron pocos los invitados que asistieron a la ceremonia.

La cantante Lady Gaga, una de las artistas del país que apoyó con actos y conciertos a Biden en la campaña, tomó el micrófono y cantó el himno nacional. Luego fue el turno de Jennifer López, otra simpatizante de la fórmula demócrata. La portorriqueña criada en el Bronx de Nueva York gritó tras su performance: “¡Una nación bajo Dios, indivisible, con unidad y justicia para todos!”.

También la poeta Amanda Gorman, una joven autora afroestadounidense cuya obra abarca el feminismo y la discriminación racial, leyó un poema a favor de la “reconstrucción, reconciliación y recuperación” del país. “Ser estadounidense es más que un orgullo que heredamos. Es el pasado en el que entramos y cómo lo reparamos”, recitó.

Entre los dirigentes presentes se destacaron los expresidentes Barack Obama, Bill Clinton y George W. Bush con sus respectivas parejas, Michelle Obama, la excandidata presidencial Hillary Clinton y Laura Bush; el vicepresidente saliente, Mike Pence, el líder republicano del Senado, Mitch McConnell y el senador demócrata y exprecandidato presidencial, Sanders.

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