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LOS TALIBANES Y EL NEGOCIO DE LA DROGA. El opio y la heroína, además de la extorsión, los impuestos forzados, la delincuencia común y las donaciones de islamistas han levantado a los hoy jefes de Afganistán. “En Afganistán no ha vencido el islamismo, ha vencido la heroína. Los talibanes son narcotraficantes”.
La contundente frase del escritor italiano Roberto Saviano pone el foco en la financiación de los islamistas que se han hecho con el poder del país, tras perderlo en 2001 con la invasión estadounidense y la posterior misión de la OTAN.

Les interesa imponer su visión más radical del Islam pero, también, expandir su producción de drogas, la que le tiene en pie. Es una doble lucha paralela, sin una no existe la otra.

Así, con cada gramo de opio y de heroína, han forjado su imperio del miedo, sometiendo a la población civil, a los agricultores, a los transportistas, a las fuerzas de seguridad que supuestamente debían vigilarlos. Porque no es sólo que vendan a puñados, sino que completan su círculo de perversión con impuestos y extorsiones a los que cultivan y a quienes comercian (para quedarse con la droga o para obligarlos a plantar estas especies que les convienen), controlan los recursos como el agua, recurren a la delincuencia común para hacerse con cargamentos, dañar los de la competencia y hasta secuestrar a productores y reciben, además, ayudas de benefactores que quieren que ellos sigan controlando el producto y las rutas. Cualquiera que haya visto Narcos entiende que es un proceso de amedrentamiento y negocio universal.

El general John Nicholson, comandante de las fuerzas de EEUU y de la misión de la OTAN desplegadas en Afganistán entre 2016 y 2018, señaló públicamente que el 60% de la financiación de los talibanes proviene del tráfico de drogas, en un narcoestado que ha ganado 120.000 millones de dólares por este delito en los casi 20 años que ha durado la presencia internacional en el país. Un dineral.

Como explica el informe Droga, inestabilidad y subdesarrollo en Afganistán: soluciones al círculo vicioso, publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), “el opio no puede darse sin inseguridad. Con la producción de droga los grupos insurgentes pueden obtener ingresos para mantener la lucha, lo que hace prácticamente imposible su erradicación”. O en palabras de Saviano, “un régimen autoritario es necesario para su tráfico”. Si controlan Afganistán, controlan el narcotráfico.

Lo han podido lograr porque los talibanes son digamos que austeros. El dinero lo han invertido en sueldos de sus muyahidines, en entrenamiento y en armas, y al final, 20 años después de ser expulsados del poder y muchos errores occidentales después, han sabido volver. Si con los señores de la guerra en los que confió EEUU para dominar el territorio Afganistán copaba el 75% del mercado mundial, con los islamistas subía al 90%, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Son unas 900 toneladas anuales de opio de alta calidad, que reportan entre 6.000 y 6.600 millones de dólares, según el precio de mercado. La cifra supone entre el 20 y el 32% del PIB nacional. No sólo se llevan el pastel los talibanes, sino que lo comparten con otros insurgentes, criminales y hasta miembros de los sucesivos Gobiernos, pero el bocado es grande. Y ahora lo será más.

La SIGAR, la Oficina de Inspección Especial para la Reconstrucción de Afganistán del Ejecutivo de EEUU, ha constatado en sucesivos informes que los talibanes se han hecho fuertes a base de estas flores rojas, blancas y violetas que en breve se estarán sembrando ya, y que en estos años ha sido no se ha rebajado la importancia del narco local porque han defendido su sustento con uñas y dientes: porque tienen una tierra ideal para ello, poco fácil de encontrar en otros puntos del planeta; porque tienen control sobre fronteras y rutas clásicas de la venta de drogas y porque hay fuertes consumidores, tanto internacionales como locales, que piden y reclaman.

Esta oficina norteamericana añade que los talibanes, más que explotar directamente la tierra, se beneficia de la economía ilícita paralela, de la transformación al transporte, pasando por la venta final. Son buenos a la hora de establecer controles de carreteras y cruces fronterizos, modificar las rutas a su conveniencia y proteger los cargamentos con las armas que le llegan, sobre todo, desde el vecino Paquistán. Calcula la SIGAR que la droga emplea en Afganistán a 590.000 personas (casi el doble que el ejército y la policía juntas), por lo que hay muchas fidelidades compradas.

Nadie le ha metido mano a este problema. En 20 años de presencia internacional, la lucha contra el tráfico de drogas ha sido residual, anecdótica. El presidente de EEUU, Joe Biden, reconocía esta semana como único objetivo la pelea contra el yihadismo, olvidando sus promesas de progreso y paz para el país, que debía incluir una limpia importante de los traficantes. Sólo su compañero Barack Obama planteó una política antidroga específica, que contemplaba la prohibición de suministros, la destrucción de laboratorios o la promoción de una agricultura alternativa. Bonita en el marco. Pero en 2015 anunció la paulatina retirada del país y todo quedó en nada.

El IEEE, precisamente, recomienda en su informe estabilidad y buen gobierno, coordinación entre las políticas antidroga de las potencias occidentales, plantear cultivos alternativos y tratar de prevenir el consumo. Nada de eso se ha llevado a cabo en estos años, con seriedad.

Lo curioso es que los propios islamistas tuvieron la oportunidad de acabar con la gallina de los huevos de oro, cuando en el año 2000 vetaron el cultivo de amapola, lo que desplomó la producción mundial del opio. Ningún analista ha sabido decir a qué se debió esa decisión, pero tampoco hubo tiempo de ver su verdadera trascendencia en el tiempo: en 2001 se produjo el 11-S, EEUU atacó Afganistán por cobijar a los yihadistas que lo ejecutaron y los agricultores, sumidos en una guerra que les tenía sin comer, volvieron a cultivar droga para vivir.

No es un invento talibán
El opio y la heroína no son una apuesta que los talibanes se sacaron de la manga para tener dinero, sino que el consumo de estas drogas, sobre todo de la primera, tiene una larga vida en la región. Tanta que la introdujeron en la zona los expedicionarios de Alejandro Magno, y así se convirtió en costumbre su uso en toda Asia Central.

Los cultivos se reactivaron para el comercio mundial a finales del siglo XIX y se dispararon a partir de los años 60 del pasado siglo, cuando Afganistán se convirtió en un destino jipi, relata el informe del instituto dependiente del Ministerio de Defensa español. En los 70 se reforzaron las mafias, con una industria más conectada con redes internacionales, y fue a finales de los 80, cuando la URSS invadió el país, cuando grupos de refugiados asentados en la frontera, en la periferia, comenzaron a plantar amapola de forma masiva para tener algunos ingresos.

Los talibán, aquellos luchadores por la libertad a los que EEUU usó contra Moscú, acabaron por imponerse y tomar el poder a partir de 1996, aupados por la población rural y los apoyos internacionales, entre otras cosas. Descubrieron que, aunque el consumo de drogas estaba prohibido en el Corán por ser haram, “no podían eliminarlo, ya que por una lado los campesinos que les habían llevado al poder les podrían derrocar y por el otro su supervivencia dependía de este negocio”, añade el estudio.“Para justificar la producción de una sustancia prohibida por el Corán argumentaron que gracias al opio se podía luchar contra los infieles (Kafir) occidentales inundando de heroína sus países”, ahonda el documento.

A vista de lo rentable que en el tiempo les ha salido la apuesta, ahora que vuelven por sus fueros no se espera que vayan a abandonar. Sin embargo, el pasado martes, en la primera rueda de prensa concedida por los talibanes tras su triunfo, su portavoz, Zabihullah Mujahid, dijo sobre la producción de opio: “No vamos a producir ninguna droga (...). Nadie estará involucrado en el tráfico de droga”. “Afganistán será un país libre de drogas. Necesitaremos ayuda internacional para crear cultivos alternativos”, enfatizó.



(Autora: Carmen Rengel)

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