FESTEJA NEYMAR. Nueve años y cientos de millones de euros después el megalómano mecenazgo del estado catarí ha situado al Paris Saint-Germain en su primera final de la Copa de Europa. Tres goles nacidos de la ingenuidad defensiva, tan infantil como grosera del Leipzig, acabaron con el sueño del impactante equipo alemán, muy rebajado colectiva e individualmente respecto a su esplendorosa actuación ante el Atlético. Apenas hubo rastro de ese equipo vertiginoso que dio la campanada ante los rojiblancos. Cayó el Leipzig, víctima de su bisoñez y de su falta de horas de vuelo en una cita en la que esta vez pareció superarle la presión.
El proyecto del PSG, tan conformado a golpes de talonario que reventaron el mercado, tan al límite con las reglas del fair play financiero hasta bordear la expulsión de las competiciones europeas, está a un partido de culminar el sueño de sus opulentos propietarios. Su asalto al liderazgo del fútbol ha dejado por el camino un rosario de entrenadores de renombre triturados por sus fracasos en la competición. Ha sido Thomas Tuchel, vencedor del prometedor duelo que se anunciaba con su discípulo Nagelsmann, el que está a un partido de otorgarle a París y a Catar su primera gran corona. Como al resto de sus predecesores, Tuchel no tenía más futuro que el que le dictara le gran competición europea en Lisboa.
Sin necesidad de recurrir a los regates de Neymar o al demoledor tranco de Mbappé, el PSG se fue al camerino con la final en el bolsillo. Le bastó con castigar los regalos recibidos frente a un rival que se ahogó en una idea bella y atractiva, pero mal ejecutada esta vez.