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DOS INTRUSOS EN LA CASA

Díaz procedió a contar que “somos gente de Maldonado, todos nacidos en Maldonado, abuelo y bisabuelo, y yo soy productor rural y tengo otra actividad más; mi señora es profesional, trabaja para la asistencia médica y trabaja en forma particular, mi suegra es jubilada de una zapatería donde trabajó durante 45 años”.

Completó narrando que “tengo dos hijas con mi señora, una de 15 y otra de 19 (años)”, y que “mi señora y yo estábamos en el campo, el domingo; en cierto momento me llama una de mis hijas, la mayor de 19, con un ataque de nervios tratando de explicarme lo que había pasado”.

“Ella estaba con mi suegra en la casa, a la una del mediodía, mi suegra estaba ordenando un dormitorio, y abrió una ventana para que se ventilara un poco después de muchos días de humedad, de lluvia; a la vez, en la cocina había puesto unos churrascos”, detalló.

Añadió que en un momento “va del dormitorio a dar vuelta los churrascos, una cosa bien domiciliaria y normal, y cuando regresa al dormitorio había dos sujetos encapuchados adentro de la casa, en el living de la casa, dirigiéndose hacia donde estaba ella”.

“El que iba más adelante, con dos machetes, (mi hija) me explicó que eran igual a los que yo uso en el campo para montear y cortar leña a veces, de unos 50 centímetros de hoja por lo menos, y (estaba) chaireándolos, refregando el filo de uno contra el otro, dirigiéndose a ella”, a su suegra, señaló.

Explicó que “la otra persona de atrás no pudo confirmar que tuviera un cuchillo o un arma, porque el que estaba adelante lo tapaba; ahí exigía que le diera el dinero”.

LA SEÑORA MANTUVO EL CONTROL

Díaz indicó que su “suegra, que es una persona muy aplomada y tranquila, los encaró bien tratando de tranquilizarlos, después le dijeron que se sentara y ella no se quiso sentar, lo encaró ahí, firme pero tranquila”.

“Y en cierto momento decidieron huir, le pedían plata, plata, plata, y ella les dijo que no tenía plata, que se llevaran lo que quisieran, pero que se fueran de acá”, apuró.

Comentó que “mis hijas estaban en el entrepiso, un quincho, en el dormitorio, y mi suegra en voz alta les decía (a los intrusos) que se fueran que estaba sola, para que ellas (las jóvenes) no se involucraran en el problema”.

“Bueno, en cierto momento miraron para el costado, había unos bolsos allí, unos bolsos de mis hijas, unos bolsos nuevos bastante lindos, y calculando que estaba el dinero allí agarraron las carteras y salieron corriendo”, afirmó.

Dijo que “a la cuadra, en una casa que está abandonada, tiraron todas las cosas; se cambiaron de ropa porque las remeras que estaban usando las dejaron allí”.

“Mi casa está cercada, tengo una perra que pensamos que le dieron algún “tatequieto” porque estaba muy achicada, y entraron por una ventanita, de 50 por 60” centímetros, refirió en relación a la seguridad externa de la vivienda.

De inmediato asoció: “Por otra parte, yo soy productor rural, tengo ovejas, los jabalí me comen las ovejas, tengo que salir a combatirlos a veces con armas, yo tengo arma: ¿qué pasa si yo estoy en la casa y entran, y me encuentro que ellos están con dos machetes amenazando a mis hijas, qué pasa ahí, qué solución hay, cuál es el desenlace, qué consecuencias trae?”.

“Se llevaron ropas varias, documentos, unos libros de estudio que no creo que les interesara mucho, no hubo violencia; esos dos machetes se los refregaban, se los afilaban delante de la cara a mi suegra”, repasó.

Al final aseguró que nadie había sido lastimado en el incidente, pero llamó la atención por toda la violencia que encerró el episodio para el grupo familiar.