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LA BALSA O UN PUENTE

Un nuevo conflicto de carácter ambiental involucra por igual a argentinos y uruguayos: flamantes emprendimientos, algunos de capitales argentinos, propician la construcción de un puente para cruzar la laguna Garzón, límite entre los departamentos de Maldonado y Rocha, sitio de especial sensibilidad ecológica, lo que reemplazaría la utilización de balsas, que constituyen, sin duda, un atractivo emblemático que durante años otorgó identidad al lugar, que es un componente medular del bien ganado concepto de Uruguay Natural.

El proyecto, discutido durante casi medio siglo, ha sido sistemáticamente rechazado por especialistas que estudiaron las características del área, quienes recomendaron fortalecer las otras vías alternativas disponibles conservando este sistema de "conexión blanda" (balsa).

Esta posición ha sido mantenida por la propia autoridad ambiental del Uruguay, la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), que tradicionalmente ha hecho valer la visión de un desarrollo en equilibrio con la naturaleza.

Quizás esa convicción que hoy adquiere una dimensión nueva es la que ha convertido a la costa uruguaya en un atractivo mundial para quienes aprecian disfrutar de la naturaleza y una comunidad que ha sabido plantear un futuro en armonía con ella.

Recientemente, varias organizaciones no gubernamentales locales han realizado encuestas a los usuarios acerca de la voluntad de cruzar en balsa o a través de un puente la laguna Garzón. El resultado fue un abrumador 87 por ciento a favor del sistema de balsas.

Si se piensa que el cruce toma poco más que dos minutos y medio en un lugar donde el apuro parece no tener lugar; que la gente, al hacerlo, baja y disfruta de la experiencia casi extinguida de un cruce en balsa, y que existen vías alternativas, el resultado es más que razonable. Es que el verdadero progreso reside en su concordancia con la subjetividad de quienes viven allí; de lo contrario, es una fuente de conflictos sociales.

Resulta contradictorio alterar las características naturales de un lugar cuando éstas son las que constituyen su principal atractivo, su autenticidad y las que hacen del sitio algo tan especial.

La mayor movilidad y velocidad en esa zona comprendida dentro de la Reserva de Biosfera Bañados del Este, cuyo objetivo es evitar el fraccionamiento del hábitat y asegurar la conservación de la diversidad biológica, traerá aparejado un impacto en un ecosistema reconocido por su vulnerabilidad: allí se albergan varias especies endémicas, amenazadas a escala global y nacional, así como especies carismáticas con alto valor para el avistamiento por el turismo de naturaleza que estarán expuestas a un mayor impacto.

Resulta claro que un puente como el proyectado en ese lugar disminuiría el protagonismo de la naturaleza.

La comunidad de José Ignacio, una de las más movilizadas, percibe que el proyecto tendrá un impacto directo sobre sus playas: un puente y las características menos apacibles del mar de Rocha harán no sólo que se pierda el encanto del cruce en balsa sino que los futuros residentes de los emprendimientos en Rocha se vuelquen hacia sus ya concurridos balnearios, situación que parece no estar contemplada en los impactos de la infraestructura propuesta.

En la actualidad no es posible continuar con los mismos paradigmas de hace 50 años. Hoy los lugares naturales y sus límites representan una herramienta de desarrollo, y no un estorbo. Su aprovechamiento debe implicar la creación de incentivos inteligentes para que los emprendimientos que allí se desarrollen fortalezcan o sean parte del sistema de conservación del área donde se encuentran, y no elementos de su deterioro.

La pérdida de valor de un paisaje o de la experiencia de cruzar en balsas representa un menoscabo para la mayoría y ese hecho no debería ignorarse. Ante la inminencia de la audiencia pública para tratar el tema, es preciso reflexionar.